18 junio 2009

Ensayo: Los chicos fuera de toda institución

“(…) El muchacho rubio empezó a caminar hacia el agua afectando naturalidad. Se esforzaba por comportarse con calma y, a la vez, sin parecer demasiado indiferente, pero el otro se apresuró tras él.
- ¿No hay más personas mayores en este sitio?
- Me parece que no.
El muchacho rubio había dicho esto en un tono solemne, pero en seguida le dominó el gozo que siempre produce una ambición realizada, y en el centro del desgarrón de la selva brincó dando media voltereta y sonrió burlonamente a la figura invertida del otro.
- ¡Ni una persona mayor! (…) “


Este es un fragmento al comienzo de la novela El señor de las moscas de William Golding, señalando la ausencia de personas adultas durante el relato de los chicos perdidos en una isla. Si bien está el piloto, es un adulto no presente, al que literalmente matan, pero que en realidad ya estaba muerto desde que habían llegado a ese lugar.
Partiendo de este relato me propongo explorar la imagen del niño fuera de la institución, el niño que se nos aparece como un no-niño, casi como un “extranjero”, es decir, alguien a quien reconocemos pero no conocemos mucho de él, porque para reconocerlo debemos explorarlo, investigarlo o lo más difícil intentar acercarnos para saber de quién se trata. Aunque, en algunos casos, ya ni se los considera extranjero, sino un extraño, otro absoluto.
Actualmente, en la sociedad argentina se ha instalado un debate sobre la imputabilidad infantil ¿hasta qué edad un niño puede ser considerado un delincuente? ¿Es imputable o inimputable? Pero este debate no es nuevo, a pesar de que lo tomamos como tal, porque los medios de comunicación lo proponen así. Una serie de acontecimientos delictivos en los que la figura del niño aparece, y nos propone a todos plantearnos ¿qué está pasando con la infancia fuera de toda institución?
Esa figura por momento es amenazante, terriblemente perturbadora y hasta inquietante. ¿Pero qué se hace? ¿Cómo enfrentar esta situación que nos atraviesa a todos como sociedad?
Es posible pensar, que es este el momento de comenzar a reflexionar y plantearse este tema, enfrentar los interrogantes que cada uno nos vamos haciendo, desde la individualidad, desde la absoluta soledad. ¿Quines son esos niños delincuentes? ¿De donde surgieron? ¿Cómo no los vi antes? ¿Son de acá? ¿Los siento como extranjeros o casi ni eso?
Abordar este tema desde la infancia fuera de toda institución, es muy tajante, pero a la vez nos plantea ¿por qué están afuera? ¿Fuera de qué institución o instituciones? ¿Cómo los dejamos salir? ¿Es posible institucionalizarlos?
En este sentido, aparece otra figura, el adulto. Cuando nos referimos a los niños delincuentes, el niño marginal, el gran ausente es el adulto.


En los últimos límites del mundo inteligible está la idea del bien, que se percibe con dificultad, pero que no podemos percibir sin llegar a la conclusión de que es la causa universal de cuanto existe de recto y de bueno; que en el mundo visible crea la luz y el astro que la dispensa; que en el mundo inteligible, engendra y procura la verdad y la inteligencia, y que, por lo tanto, debemos mantener fijos los ojos en ella para conducirnos sabiamente, tanto en la vida privada como en la pública.

Platón. Fragmento de La alegoría de la caverna, República.
Pensar en las instituciones

“(…) Levantó la caracola de sus rodillas y observó en torno suyo aquellas caras quemadas por el sol.
- No hay gente mayor. Tendremos que cuidarnos nosotros mismos.
Hubo un murmullo y el grupo volvió a guardar silencio.
- Y otra cosa. No puede hablar todo el mundo a la vez. Habrá que levantar la mano como en el colegio.
Sostuvo la caracola frente a su rostro y se asomó por uno de sus bordes.
- Y entonces le daré la caracola.
- ¿La caracola?
- Se llama así esta concha. Daré la caracola a quien le toque hablar. Podrá sostenerla mientras habla.
- Pero...
- Mira...
- Y nadie podrá interrumpirle. Sólo yo. Jack se había puesto de pie.
- ¡Tendremos reglas! - gritó animado -. ¡Muchísimas! Y cuando alguien no las cumpla...”
[1]

Las instituciones son creaciones humanas, las cuales establecen un vínculo. “Desde nuestra perspectiva, las instituciones se pueden definir como edificios simbólicos e imaginarios, arquitecturas y construcciones" que el hombre levanta por su necesidad de dar forma (su trabajo con y contra lo informe). Las instituciones resultarían, así, tanto de esa condena a dar forma como de la imperiosa necesidad de elaborar lo inexorable de la brevedad de la vida, por lo cual las formas institucionales inscriben a los sujetos singulares en una permanencia que excede el presente viviente, ofreciéndoles la ilusión de un tiempo que no tendrán la posibilidad de habitar en el presente”. (Frigerio, 2005)
Las instituciones atraviesan a la humanidad, de alguna manera se van incorporando y haciendo cuerpo. Pero acaso estas instituciones son únicas, es posible pensar que aquellas instituciones que fueron posicionándose o legitimándose a lo largo de la historia, muestren un solo aspecto el hegemónico de las instituciones o institucionalizaciones aceptadas. Esto permitiría comprender al menos, que existen infinidad de instituciones, pero que sólo algunas fueron prevaleciendo, sobreviviendo como únicas, desde las cuales se piensa, se cree, se simboliza.
“La institución tiene que ser permanente: con ello asegura las funciones estables que son necesarias para la vida social y la vida psíquica. Para el psiquismo, la institución está, como la madre, en el trasfondo de los movimientos de discontinuidad que instaura el juego del ritmo pulsional y de la satisfacción. Se confunde con la experiencia misma de la satisfacción. Es ésta una de las razones del valor ideal y —necesariamente— persecu­torio que asume tan fácilmente.
No se trata sólo de que la institución tiene que ser estable; el intercambio social y los movimientos que lo acompañan exigen de su función que ella lo estabilice. Esta es la función de lo insti­tuido. (…) En el origen de la sociedad, para sus suje­tos, para el inconsciente, la institución es inmortal. Cada cual participa de esta manera en la divinidad, que, contra la muerte y su trabajo de desligamiento, asegura el nexo narcisista de cada cual con el conjunto y lo emblematiza. (…) El que es extraño a ella puede ser sometido a la fuerza brutal: está, literalmente, fuera de la ley.” (Käes, 1989)
Quien no comparte o comprende la lógica institucional corre el riesgo de ser un extraño, un fuera de la ley. El estar fuera de toda institución reconocida socialmente, hace ver a los chicos que cometieron un acto delictivo o que viven en las calles como los extraños fuera de la ley. No pertenecer a ningún marco institucional, los vuelve otro absoluto, sin posibilidad de establecer un vínculo con los institucionalizados.
“Las instituciones, en la medida en que inician una modalidad específica de relación social, en la medida en que tienden a formar y socializar a ¡os individuos de acuerdo con un patrón (pattern) específico y en que tienen la voluntad de prolongar un estado de cosas, desempeñan un papel esencial en la regulación social global. Su finalidad primordial es colaborar con el mantenimiento o renovación de las fuerzas vivas de la comunidad, permitiendo a los seres humanos ser capaces de vivir, amar, trabajar, cambiar y tal vez crear el mundo a su imagen. Su finalidad es de existencia, no de producción: se centra en las relaciones humanas, en la trama simbólica e imaginaria donde ellas se inscriben, y no en las relaciones económicas. La familia, la Iglesia, el Estado, .os conjuntos educativos y terapéuticos, pueden considerarse legítimamente como instituciones, porque plantean todos los problemas de la alteridad, esto es, de la aceptación del otro en tanto sujeto pensante y autónomo por cada uno de los actores sociales que mantienen con él relaciones afectivas y vínculos intelectua­les.” (Enríquez, 1989)
Enríquez dice que “sin instituciones, el mundo sería sólo relación de fuerzas, sería inconcebible cualquier civilización”, es posible imaginar que las instituciones están dejando de lado su función primordial que es la de cohesionar a las personas, para dar lugar a la relación de fuerzas. De esta amanera, la idea de pensar a los chicos fuera de toda institución es posible, relacionándola con lo que dice Enríquez, fuera de la institución sólo quedan las relaciones de fuerzas, se pierde todo lo demás, lo que nos va caracterizando como humanos.
Es necesario aclarar que no se trata de pertenecer o no pertenecer a las instituciones, las cuales no son posibles de pensar en la polaridad adentro-afuera, en tal sentido, pensar a los chicos fuera de las instituciones, es pensarlos fuera de las instituciones socialmente aceptadas y reconocidas como tales. Esto permite presuponer que existen otras instituciones que van surgiendo o que simplemente están pero no son socialmente reconocidas, las cuales en todo caso son lo instituyente, lo nuevo o lo diferente que quiere desplazar lo conocido, lo instituido, es lo que en definitiva genera roces, violencia y exiliados constantemente. En todo caso, las instituciones son lugares que no pueden impedir la emergencia de lo que estuvo en su origen y contra lo cual surgieron a la existencia: la violencia fundadora. La violencia está presente pero forma parte de su estructura, es su condición de existencia, forma parte de su esencia como institución.
Para Enríquez, las instituciones son sistemas culturales, simbólicos e imaginarios, se presentan como conjuntos englobantes, que aspiran a imprimir su sello distintivo en el cuerpo el pensamiento y la psique de cada uno de sus miembros. Van a favorecer la construcción de individuos que les sean devotos, en la medida en que logren instaurarse para ellos como polo ideal, y enfermarlos de ese ideal. Sin embargo pocas veces lograrán sus fines de posesión total y de formación de estructura clausurada: terminarían por engendrar un universo conformista, repetitivo y dedicado a degradarse irresistiblemente y morir, salvo que se dé una tregua persiguiendo la muerte de los otros. Pero el hecho de que no logren desarrollar todas las consecuencias implícitas en su esen­cia y su modo de existencia tal como está formalmente organizado, no significa que no traten de "perseverar en su ser", y que no se coloquen de entrada, por su voluntad totalitaria y por su recha­zo de la variedad y la aceptación de una alteridad radical, en un registro que, teniendo en finalidad hacer surgir lo viviente, corre de hecho el riesgo de estar bajo la égida del triunfo de la muerte.
Las instituciones en su estabilidad y permanencia van “matando” al otro, al que perturba y no se adapta. Aunque es probable, que se lo esté matando dentro de la institución establecida y reconocida, pero se le esté dando larga vida fuera de ella, en otra institución que lo resguarda. Sin embargo, ¿cómo podemos establecer esto sin reconocer esa otra institución? ¿Cómo es posible pensar que fuera de ella los chicos logren sobrevivir?
Käes, propone el de contrato narcisista[2] el cual explica, relaciones correlativas del indivi­duo y el conjunto social: cada recién llegado tiene que cargar al conjunto como portador de la continuidad y recíprocamente; con esta condición, el conjunto sostiene un lugar para el elemento nuevo. Tales son, esquemáticamente, los términos del contrato narcisista: exige que cada sujeto singular ocupe un lugar ofreci­do por el grupo y significado por el conjunto de las voces que, antes de cada sujeto, desarrollaron un discurso conforme al mito fundador del grupo. Cada sujeto tiene que retomar este discurso de alguna manera; es mediante él que se conecta con el Antepa­sado fundador. De lo contrario podría pensarse que entonces se está fuera de toda institución, lo que lo vuelve extranjero dentro de su propia comunidad.


Creonte— Ahora nos manda castigar a los culpables de su muerte.
Edipo. — ¿Y dónde están? ¿Dónde se encontrará esta oscura huella de una antigua culpa?
Creonte. — Dijo que aquí. Lo que se busca es posible encontrarlo: en cambio, aquello de que nadie se preocupa nos pasa inadvertido.
Edipo rey.
Los pequeños otros


El debate social está planteado actualmente en si se baja o no la edad de imputabilidad a los menores. Esto implica, en solucionar el problema desde los síntomas y no desde las causas. Sin sacra responsabilidades a quienes han cometido un delito, es importante tener en cuenta o al menos plantearse algunos interrogantes antes de debatir sobre la imputabilidad a los menores ¿se cumplen los derechos de los chicos establecidos en las Convenciones internacionales sobre la niñez y adolescencia? ¿Sólo se debate sobre el tema cuando suceden hechos que conmueven por lo trágico, doloroso y aberrante, porque irrumpen en los marcos institucionalmente establecidos?
En este sentido, es posible relacionar a estos chicos que están fuera de toda institución, con la figura del extranjero, aquella que propone pensar Derrida en su libro “La Hospitalidad”. Entendida, como que con un extranjero es aquella persona a la cual no conocemos porque no es como uno, lo cual nos aterra, alarma y nos genera un clima de sospecha sobre ese Otro.
Sin embargo, reconocerlo como extranjero permite establecer un pacto, el cual permite establecer un contrato de hospitalidad, porque lo reconozco como portador de una familia, representa a un grupo. Me resulta un extranjero, pero reconozco su origen y la pertenencia de grupo. La dificultad que está siendo evidente en los chicos fuera de toda institución, aquellos que irrumpen y se visibilizan a través de la delincuencia, la muerte y la violencia, no permiten establecer ese pacto, por lo que se vuelven casi otro absoluto. Estas figuras se ven claramente en las caracterizaciones de los chicos en las películas Ciudad de Dios, Diamante de Sangre o la versión cinematográfica de la novela El señor de las moscas. En estos casos, los chicos se vuelven casi incomprensibles, impredecibles y aterradores. Se pierde de vista, que son chicos, y en todo caso se ignora al adulto como responsable, pero no sólo al adulto filial (padre-madre) sino al adulto como figura social, aquel que representa a las instituciones. Estos chicos, se ven fuera de toda institución, de toda red social, en cada caso se ve invisible la figura de chicos y se sienten que ya no tienen más nada qué perder, porque nunca tuvieron nada y nada se les será concedido. ¿A caso por estar fuera de toda institución? ¿O simplemente porque no se los ve ni como a unos extranjeros?
“(…) la diferencia, una de las sutiles diferencias, a veces imperceptibles entre el extranjero y el otro absoluto, es que este último puede no tener nombre ni apellido; la hospitalidad abso­luta o incondicional que quisiera ofrecerle supone una ruptura con la hospitalidad en el sentido habitual, con la hospitalidad condicional, con el derecho o el pacto de hos­pitalidad. Al decir esto, una vez más, tomamos en cuenta una pervertibilidad irreductible, la ley de la hospitalidad, la ley formal que gobierna al concepto general de hospi­talidad, aparece como una ley paradójica, pervertible o pervertidora. Parece dictar que la hospitalidad absoluta rompe con la ley de la hospitalidad como derecho o de-iht, con el «pacto» de hospitalidad. Para decirlo en otros términos, la hospitalidad absoluta exige que yo abra mi casa y que dé no sólo al extranjero (provisto de un apelli­do, de un estatuto social de extranjero, etc.) sino al otro absoluto, desconocido, anónimo, y que le dé lugar, lo de­je venir, lo deje llegar, y tener lugar en el lugar que le ofrezco, sin pedirle ni reciprocidad (la entrada en un pac­to) ni siquiera su nombre. La ley de la hospitalidad abso­luta ordena romper con la hospitalidad de derecho, con la ley o la justicia como derecho. (…)” (Derrida, 2000)
Para avanzar sobre este tema, incorporo a este trabajo las ideas propuestas por Duschatzky y Corea, referidas en su trabajo “Chicos en Banda”, donde se plantean los siguientes interrogantes ¿Qué ocurre con la exclusión? ¿Qué fenómenos descri­be?
“La exclusión pone el acento en un estado: estar por fuera del orden social. El punto es que nombrar la exclu­sión como un estado no supone referirse a sus condiciones productoras. La exclusión nos habla de un estado -con lo que tiene de permanencia la noción de estado- en el que se encuentra un sujeto. La idea de expulsión social, en cam­bio, refiere la relación entre ese estado de exclusión y lo que lo hizo posible. Mientras el excluido es meramente un producto, un dato, un resultado de la imposibilidad de in­tegración, el expulsado es resultado cié una operación so­cial, una producción, tiene un carácter móvil.” (Duschatzky y Corea, 2001)
En este sentido, las autoras expresan que la expulsión social produce un desexistente, un "desa­parecido" de los escenarios públicos y de intercambio. El expulsado perdió visibilidad, nombre, palabra, es un “nuda vida”[3], porque se trata de sujetos que han perdido su visibilidad en la vida pública, porque han entrado a un universo de la indiferencia, porque transitan por una sociedad que parece no esperar nada de ellos. Podría acotarse, nada bueno, nada institucionalmente esperable y aceptable.

Con respecto al tema de bajar la edad de imputabilidad en los menores, los medios de comunicación han reflejado algunas posturas, las cuales representan en cierta forma lo que muchas personas opinan sobre el tema. En este caso, a modo de ejemplo propongo ver estas respuestas de juristas nacionales acerca del tema, respondiendo a consultas realizadas por el diario La Nación digital:
"En muchos países la edad de imputabilidad ya es más baja que en la Argentina, incluso en Uruguay, que ha demostrado criterios acertados, no sólo respecto de la edad, sino también en casos de delitos culposos graves en los que no se pone en libertad enseguida a un imputado, como ocurre en la Argentina. Lo más acertado es bajar la edad [de imputabilidad] a los 14 años. El desarrollo mental del niño y del adolescente ha avanzado muchísimo. En los años 20, cuando se sancionó nuestro código original, un chico de 15 estaba esperando el pantalón largo para incorporarse a la vida social. Hoy ya están incorporados a los 12. La madurez de los niños ha crecido y es esencial ponerse a la altura del criterio de otros países".
"Estamos ante un contexto muy complejo, pero creo que el de la edad es uno de los caminos", completó. Omar Breglia Arias.

Ricardo Gil Lavedra, por su parte, dijo que el debate por la edad es insuficiente. "Hay que profundizar la discusión de establecer un régimen penal especial para menores que contemple la Convención de los Derechos del Niño. Esto implica debatir la posibilidad de bajar la edad pero también de garantizarle a los menores derechos de los que hoy carecen”.

“Un ser de potencia es un ser cuyas posibilidades son múltiples, es un ser indeterminado. Un ser de nuda vida es un ser al que se le han consumido sus potencias, sus posibi­lidades. El sujeto privado de realizar formas múltiples de vida se convierte en nuda vida. Cuando un sujeto deja de realizarse en sus inscripciones múltiples, trabajador, mujer, hombre, hijo, padre, artista, estudiante, etcétera, se aproxima a la nuda vida.” (Duschatzky y Corea, 2001)
Es necesario reiterar, no se quita responsabilidad a los menores sobre los delitos cometidos, lo que es necesario pensar y reflexionar para en algún momento próximo actuar, no desde la individualidad sino desde lo social, qué lugar se les da a esos chicos. Cómo es posible que estén ahí, cerca de todos y sin embargo sólo se los ve, se hacen presentes en los momentos en los que interrumpen a través de la violencia y el dolor. Acaso, pensar que la solución más efectiva, rápida y ajustable a este contexto es el encierro, la cárcel y la exclusión permanente, es ignorar las causas de fondo y en todo caso no responsabilizar a ningún adulto por los acontecimientos que suceden.
Parece se que la violencia es hoy una nueva forma de socialidad, un modo de estar "con" los otros, o de buscar a los otros, una forma incluso de vivir la temporalidad. La violencia se transformó en un modo de relación en condiciones de impotencia cuando la institución los deja afuera o los excluye, cuando ninguna autoridad adulta parece estar presente.

Reflexiones finales, propias y ajenas
De chiquito me tiraron
en la calle me dicen perro
y a lo largo de los años
me canse de ver entierros.

Letras de la canción “Esto es para que escuchen y para que sepan cual es la moraleja” grupo Fuerte Apache.



La institución del semejante requirió un conjunto de operaciones discursivas que lo construyeran. El semejante era entonces producto de una educación moral orientada a la coacción. "Enseñar la facultad de la razón para distin­guir la verdad del error, lo bueno y lo malo y formar el há­bito de actuar correctamente para que la imaginación, las pasiones y los afectos se acostumbren a ceder ante las de­cisiones de la razón" (Dussel y Caruso, 2001)[4]. El semejan­te era la creación de un sujeto educado. Ahora bien, perci­bir en el otro un semejante no era ver allí la alteridad sino a algo o alguien que podía devenir un igual. La idea de que la educación podía transformar a los bárbaros en civiliza­dos o semejantes hacía que el otro fuera siempre una po­tencia pasible de educabilidad: los niños son los hombres del mañana, sostenía el discurso cívico de la Nación.
Larrosa, propone pensar la sociedad actual desde la metáfora de la Torre de Babel, “el nombre de Babel atraviesa también algunos temas políticos y culturales como los desplazamientos masivos de poblaciones, la violencia racial, los enfrentamientos en el interior de las ciudades, el carácter plural, mestizo y a la vez crecientemente segmentado de las comunidades, la progresiva destrucción y burocratización de los espacios de convivencia, la proliferación de los intercambios y las comunicaciones, la afirmación de las diferencias en un mundo cada vez más globalizado. Y quizá no sería exagerado decir que Babel expresa también la ruina de todos los arrogantes proyectos modernos e ilustrados con los que el hombre occidental ha querido construir un mundo ordenado a su imagen y semejanza, a la medida de su saber, de su poder y de su voluntad, por medio de su expansión racionalizadota, civilizadora y colonizadora”.
Permanentemente intentamos pensar en un orden, al cual creemos e imaginamos como lo natural. La idea de Babel, es comprender que en torno a ella están las cuestiones de la unidad y pluralidad, dispersión y mezcla, de la ruina y la destrucción, de las fronteras y la ausencia de ellas. Estar frente a estos temas, y pensar en los niños extraños, fuera de toda institución genera muchas veces estados de angustia y parálisis, frente a quienes la primera acción que se piensa es la de sacarlos de vista, eliminarlos, excluirlos donde no me irrumpan la realidad institucionalmente establecida.
Bauman expresa, que el precepto utilizado por los padres para con sus hijos “no hables con extraños”, se ha convertido en un precepto de la normalidad adulta. El cual tomo una nueva forma, una forma de prudencia, a la realidad de una vida en la que los extraños son personas con las que nos rehusamos hablar. Y señala que “los gobiernos, impotentes para modificar de raíz la inseguridad y las angustias existenciales de sus súbditos, respaldan con gusto este precepto.”
“Da igual que el Otro sea configurado, desde nuestra buena conciencia humanitaria, como víctima (a la que socorrer, con la que solidarizarse, a la que liberar, a la que integrar, etcétera) o como culpable (al que desenmascarar, denunciar, perseguir, expulsar o ajusticiar). Tanto la victimalización como la demonización del Otro funcionan para la puesta en marcha de nuestras prácticas y nuestros discursos: «para nosotros, el Otro sólo aparece en escena como objeto de acción: reparación, regulación, integración y conocimiento (...); se trata unte todo de identificarlo, de hacerlo visible y enunciable, de registrar, detectar y diagnosticar sus similitudes y sus diferencias, de calibrar su integración, sus amenazas, sus bondades y su peligrosidad, de legislar sus derechos y obligaciones, de regular sus agrupamientos, desplazamientos, entradas y salidas.” (Larrosa, 2001)
El ensayo comenzó con interrogantes acerca de ese chico que se desconoce, que rompe con todo pacto social, que irrumpe, sin embargo, no es sencillo responder los cuestionamientos sobre el tema, ¿qué hacer frente a este hecho tan real y tan palpable? En primer lugar, deberíamos al menos entender nuestro entramado institucional, comprender qué nos condiciona y en qué momento comenzamos a ignorar, excluir y despreciar lo humano. Porque si la pregunta sólo es ¿qué hacer con la imputabilidad de los chicos? Algo quedó fuera de discusión, y eso en todo caso, continúa mostrando la indiferencia sobre el tema, sacarse el problema de encima en lo inmediato perpetúa la exclusión en el futuro. Da la sensación que los chicos que están fuera de toda institución, se los dejó en una isla donde las reglas las ponen ellos y sólo se podrán salvar los que resistan los avatares que la vida les presente, a costa de la vida de los demás. ¿Estamos dispuestos a enfrentar a ese otro y asumir el rol de adultos frente a los más chicos?



Bibliografía consultada

Bauman, Z., La Modernidad Líquida, Fondo de Cultura Económica.
Derrida, J., La hospitalidad, Buenos Aires, ediciones de la Flor, 2000.
Frigerio, G. y Diker, G., Educar : ese acto político, Buenos Aires, Del Estante, 2005.
Kaes, R., La institución y las instituciones, Buenos Aires, Paidós, 1989.
Larrosa, J. y Skliar, C., Habitantes de Babel : políticas y poéticas de la diferencia, Barcelona, Laertes, 2001.
Duschatzky y Corea, Pibes en banda.
William Golding. El señor de las moscas, Novela.

[1] El señor de las moscas, William Golding.
[2] Concepto basado en los postulados de Freud.
[3] Nuda Vida, concepto utilizado por Duschatzky y Corea para referirse a un ser que ya no tiene potencias ni posibilidades, porque se las han consumido. O también podría decirse, que son nuda vida, porque ya nacen etiquetados de esa manera, negándoles toda oportunidad o posibilidad de ejercer sus derechos como seres humanos, como chicos.
[4] En Duschatzky y Corea, 2001.